lunes, 31 de diciembre de 2007

Quechualla, más allá del abismo

En Quechualla no hay casa que no tenga huerto ni huerto que no tenga vid. El pueblo, al fondo del cañón, está hecho de piedra y de barro. Un camino de herradura con enormes desfiladeros por el cual hay que transitar a pie durante 9 horas lo separa del pueblo de Cotahuasi, capital de la provincia de La Unión, en Arequipa.
En la ruta hacia el Pacífico, el río Cotahuasi serpentea entre quebradas y montañas, nutriéndose de riachuelos que bajan de las cumbres, entre los cuales aparecen pequeños valles en donde el hombre andino labra la tierra para recibir de la naturaleza los frutos más codiciados.
En uno de estos se asienta Quechualla, prodigioso territorio de la uva y del vino. Su aislamiento es una ventaja. Aquí la huella del hombre casi no vulnera el equilibrio ecológico. A pie o en mula, el viajero aprecia a lo largo de la ruta los más espectaculares caprichos de la naturaleza como la catarata de Sipia, el desfiladero de Huancaruna, el frondoso valle de Chaupo, el bosque de cactus gigantes, o los frutales de Velinga si el caminante se desvía 45 minutos de la ruta principal para ascender hacia este anexo en donde las lúcumas y las papayas lucen sus mejores cualidades desde los huertos a la vera de callejuelas empedradas.
  El cañón se estrecha en el sector de Niñopaccha. Un precario puente une las dos inmensas paredes de roca sobre unos 50 metros del Cotahuasi, peligroso paso obligado en donde el viento después del mediodía es el mejor aliado de la muerte. Más abajo, la ruta toma el nivel del río y continúa por la ribera derecha. En este sector abundan los patos silvestres, cuyas habilidades acuáticas animan al visitante.
Tras varias horas de caminata, luego de atravesar una abandonada ciudadela de muros y andenes incas, y de sobrepasar el puente colgante de Secocha (de igual nombre al pueblo que se encuentra a un día y medio de camino aguas abajo, ya cerca del valle de Ocoña, en la costa), aparece Quechualla colgado de la ladera izquierda del cañón de Cotahuasi, muy cerca del río. Un último tramo por un camino arenoso en el llano y sinuoso en el ascenso nos lleva a la calle principal en medio de un frondoso bosque de naranjos.
En este pueblo no hay luz eléctrica pero si mucha energía para producir los vinos más apetecidos de todo Cotahuasi. La treinta familias que aquí habitan tienen viñedos y plantaciones de árboles frutales y se dedican también a la ganadería. Como otros pueblos de La Unión, aquí la principal virtud de sus habitantes es la sabiduría de llevarse bastante bien con la madre naturaleza.

viernes, 30 de noviembre de 2007

En las puertas del Candamo

El valle de Inambari, en el extremo nororiental de la provincia de Sandia es zona de amortiguamiento ecológico de la Reserva Nacional Tambopata – Candamo y muestra el clima y la biodiversidad propia de los bosques tropicales de Sudamérica: fauna y flora en abundancia, y un clima cálido y húmedo. Allí crece el bambú, la palmera, el naranjo, el cafeto, y cómo no, la coca. Puede uno toparse por los senderos que se abren entre el tupido y agreste follaje con puyulis o sihuairos (roedores gigantes comestibles), sachacuchis (sajinos) y serpientes, o escuchar el
colorido trinar de los tiro-tiro, los loros negros de cola amarilla; o el persistente traqueteo de los pájaros carpinteros.

Los conquistadores de la selva, familias jóvenes que han huido de la pobreza de la sierra apenas encuentran medios para subsistir en el monte, pero tienen al menos el motor de la esperanza que los impulsa hacia la aventura y a convivir con el bello paisaje del Inambari, que junto al Tambopata, son los dos valles de ingreso al Candamo. Una riqueza que nos prodiga la naturaleza para protegerla, sobretodo ahora cuando la manifiesta voracidad de las compañías gasíferas y petroleras se alía con un Estado y un Gobierno desinteresado y débil para defender lo que le pertenece a todos los peruanos.

La intención de excluir del Parque Nacional Bahuaja-Sonene un total 209 mil 782 hectáreas para destinarla a la explotación de los hidrocarburos pone en riesgo la biodiversidad del Candamo pero a su vez muestra la fortaleza del movimiento ambientalista en el Perú y en el mundo. La propuesta gubernamental hasta el momento ha quedado en suspenso. No es para menos, estas fotos, por ejemplo, muestran la riqueza ecológica de la zona, y allí habitan peruanos como nosotros, como estos niños a orillas del río Inambari bajo el puente Chilcayoc.

lunes, 1 de octubre de 2007

A propósito de nosotros

El periodismo es una forma de construir la historia y la vida. Es un oficio, pero sobre todo una profesión y, claro, una pasión. El saber desempeñarlo demanda estructuras éticas sólidas que definen su filosofía y su práctica. Por ello en el periodismo encontraremos dos tipos de seres, los periodistas, es decir, los verdaderos periodistas, y los advenedizos.
Hay múltiples formas de hacer periodismo pero una sola posee las cualidades más elevadas: aquella que combina la ética con el interés público. Gabriel García Márquez decía que lamentablemente hoy muchas salas de redacción son capaces de comunicarse con los fenómenos siderales pero jamás con el corazón de los lectores.
La manera de llegar mejor a estos corazones es con aquel periodismo que se encarna en la vida misma de     la comunidad, en las frustraciones y los sueños de su gente, en sus tradiciones y en su futuro. Y para ello es fundamental asumir las exigencias de un periodismo moderno: el ejercicio de la libertad y  el ejercicio de la responsabilidad, el principio de la exactitud y la imparcialidad, y sobre todo, la independencia: poner de lado las opiniones y los intereses propios y colocar además por encima de cualquier poder, oculto o no, el interés colectivo.
Como dice Javier Darío Restrepo, es sin duda una gran responsabilidad y esto comprende dos dimensiones: una relación con el presente (responder ahora) y una relación con el futuro (responder mañana).
La función esencial del periodismo es informar, de lo cual se deduce que también orienta, pero esa orientación puede ser buena o mala. Entonces no basta decir la verdad, tenemos que ser responsables por los hechos que se deriven de la información que propalamos.
Es ineludible en este contexto que los valores éticos son transversales al periodismo. Y este tiene, como todos nosotros, tres caminos para llegar a ellos. En primer lugar la obediencia a la propia naturaleza, en el sentido de Aristóteles: lo ético es el resultado de la razón; y en el sentido de Rousseau: como efecto de lo social, (“el hombre nace bueno, la sociedad lo corrompe”). En segundo lugar los usos y costumbres, aquella tradición que genera sabiduría, y por tanto, el saber distinguir lo bueno de lo malo, y lo malo de lo bueno, en la perspectiva de Hegel y también de Nietszche. Y por último, aquel camino ético que se establece a partir de la relación con el otro, como postula Fernando Savater en Ética para Amador.
¿Y por qué todo esto?
Porque la verdad es el instrumento del periodista. Así como el juez es a la justicia y el médico es a la salud, el periodista es a la verdad. Porque tenemos que poner fin a las presiones sobre el periodista: el poder, el dinero, el miedo, y el ego. Porque el periodista debe tener un perfil definido: ser el profesional de la verdad, ser independiente, ser responsable y servidor del bien común. Porque tenemos que construir una cultura de paz: viajar de la intolerancia a la tolerancia, y caminar de la exclusión a la inclusión y al pluralismo. Porque debemos guardar ciertas prioridades: el lector, el país y después el medio de comunicación. Porque nuestras verdades son efímeras y la gente nos cree y busca para creernos. El efecto de este compromiso con la verdad es la credibilidad.
Y porque tenemos que construir permanentemente la utopía humana: la libertad y la belleza.

jueves, 13 de septiembre de 2007

Un encuentro feliz

Crónica de altura

Al hermano mayor, Rubén, médico veterinario y desde hace poco muy lejos, en una fábrica de automóviles al sur de Tokio, le frotaron los pies con los cuernos de venado que había en casa del abuelo para que caminara antes que aprendiera a pedir la pila. La madre cuenta orgullosa que por esa razón a los ocho meses de venir a este mundo ya andaba por cuenta propia. Desde niño fue un mataperro: salía de casa sin avisar y sin compañía del hermano menor, por lo demás, siempre empecinado a seguirlo a todo lado, y hoy cronista de esta historia.

Mucho antes de morirse de un paro cardíaco, el abuelo Manuel Oliden, un hacendado que se libró de la Reforma Agraria no se sabe cómo, solía ir de caza una vez al año a las lomas de Yaután y Pariacoto para regresar entrada la noche y darse -orgulloso él- una vuelta por la plaza de armas de Casma, en la costa norte, con los venados colgados del viejo jeep de los años 40 que los amigos le envidiaban.

Aún recuerdo que en el salón principal de la casa de los Oliden, las astas de los venados servían para colgar los sombreros de los visitantes. Una de esas, con la que le restregaron los pies al hermano veterinario, se vino con nosotros y aunque terminó por perderse de tanta mudanza familiar, fue motivo del error maternal: el hijo mayor se convirtió en un andariego empedernido y debe ser precisamente por eso que hoy está al otro lado del planeta.

Había visto venados en el zoológico de Lima y en el Tierpark de Berlín pero fue en Sajonia, al sureste de Alemania, donde pude saborear su carne ahumada al fuego de una barbacoa en un paseo de fin de curso al que fuimos invitados los estudiantes extranjeros del Instituto Ernst Thällman, un año antes de la caída del Muro.

En su hábitat natural, libres y felices, sólo los he visto dos veces. La primera, en la primavera del 2005 en las alturas de Viraco, frente a la cara sur del Coropuna, camino al Valle de los Volcanes. Era una tropilla de diez venados comandados por un macho de respetable cornamenta. La segunda, ocurrió hace dos semanas, el sábado 1º de setiembre, hacia las siete de la mañana, poco después de partir hacia Lloque, un pueblo de la cuenca alta del río Tambo, en la sierra moqueguana, a donde se llega sólo después de trepar las faldas del Pichu Pichu, vadear las orillas saladas de Salinas y torear la bravura del Ubinas en dirección al sureste.

Fue un encuentro feliz y afortunado. Por la ocasión de apreciarlo y por la ventura de fotografiarlo. El bello ciervo –separado quizá de alguna manada- levantó la cabeza, nos miró con eterna curiosidad y se protegió luego detrás de una roca. Sin perder el buen talante, se alejó de a pocos pero se volvió varias veces para medir el peligro ante nuestro asombro. Puso así a prueba su espíritu silvestre. Trotó después para guarecerse entre el ichu y los queñuales de Yareta Apacheta, un escarpado paraje dos kilómetros arriba de El Cimbral, en San Juan de Tarucani. Las imágenes se ven en esta página.


Era una taruca (hippocamellus antisensis), el ciervo de los Andes y frecuente víctima de los cazadores, que como el abuelo materno, han colocado a la especie en la ruta de la extinción. La taruca o venado andino, de la familia de los Cervidae, vive entre los 3 mil 500 a 5 mil metros, a diferencia del venado cola blanca que habita en los bosques subtropicales del norte peruano. Los machos se diferencian por las astas y el color oscuro del rostro. Su pelaje es grisáceo, alcanza los 80 centímetros y puede pesar hasta 65 kilos. Suelen aparearse durante el invierno y las crías nacen después de las lluvias de verano y tienen al puma como su depredador natural. Es una especie que se desplaza entre las estepas andinas y las montañas de Argentina, Chile, Bolivia, Ecuador y Perú.

Está en riesgo de desaparecer pero aún se las ve en pequeñas manadas por Huarancante en las alturas de Yanque, en el cerro Chuca, en las faldas del Pichu Pichu o en las colinas próximas a Pampa de Arrieros. Así lo dice Moisés Esteban Quispe, 23 años, uno de los seis guardaparques del INRENA en la Reserva Nacional Salinas-Aguada Blanca y a quien ubicamos en Imata. Junto a otros 35 guardaparques comunales -campesinos voluntarios conscientes de la biodiversidad de la Reserva- Moisés Esteban Quispe, administrador de profesión, está dedicado a tiempo completo a la protección y conservación de tarucas, guanacos y suris, las especies en estado vulnerable que ocupan este territorio entre las provincias de Caylloma, Arequipa y Sánchez Cerro.

El último censo de fauna y flora en la Reserva se realizó en el 2003 pero no hay  certeza de la población de tarucas cuenta Horacio Zeballos, biólogo de DESCO, institución que por encargo del INRENA gestiona y administra la Reserva. En Chile y Argentina sin embargo, hay estudios más precisos sobre el venado andino. La Corporación Nacional Forestal y la Universidad de Tarapacá realizaron durante el 2006 un censo satelital de guanacos y tarucas en la provincia de Parinacota (limítrofe con Tacna y con el suroeste de Bolivia) utilizando el satélite Quick Bird II de la empresa norteamericana Space Imaging. Se detectaron en esa provincia cordillerana apenas 297 tarucas machos y 290 hembras, y 4 mil 837 guanacos.

En el año 2000 el gobierno peruano declaró a la taruca “en peligro de extinción” (clasificación de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza) pero en el 2004 la especie pasó a la situación de “estado vulnerable”. Han propiciado estos cambios favorables la reducción de la caza ilegal, la creación de áreas naturales protegidas y las normas legales orientadas a la preservación del ecosistema.

Es tarea de autoridades y ciudadanos proteger la población de tarucas no sólo en la Reserva Salinas-Aguada Blanca sino además en las alturas de Castilla, Condesuyos y La Unión, territorios en los cuales los avistamientos son frecuentes pero donde no hay guardaparques ni policía ecológica.

lunes, 10 de septiembre de 2007

Lloque para todos

Aquí muchos ya han aprendido a usar internet, especialmente las mujeres. Tienen curiosidad por saber. Los alumnos de la escuela vienen y hacen sus tareas. Están prohibidos los juegos de lunes a viernes. Ponemos énfasis en el software educativo multimedia que disponemos para que los niños gocen de  las ventajas de esta tecnología”.


René Puma Quispe, capacitador del programa de acercamiento de la tecnología informática a los campesinos de Lloque, un pueblo de las laderas del cañón que forma el río Tambo en su curso superior, en la sierra de Moquegua, confiesa estar sorprendido de la rapidez con la que las campesinas aprendieron a manejar los servicios de la red. Leonilda Coaguila Calisaya es una de ellas (en primer plano de la fotografía principal). Ella navega, dispone de correo electrónico y tiene cuenta en el messenger; y cómo no, ha hecho amigas y amigos a través del ciberespacio.

El programa impulsado por el Gobierno Local y el Proyecto Sierra Sur (que promueve negocios rurales y construcción de ciudadanía con apoyo del FIDA) acompaña a los servicios de la primera cabina municipal que opera en la zona y ha cambiado los hábitos vespertinos y nocturnos de niños y jóvenes de Lloque, una comunidad altoandina en donde hasta el año pasado no había energía eléctrica.

De lunes a viernes el costo es de 1.50 soles la hora y los sábados y domingos se eleva a 2 soles. La barrera del precio está orientada a desalentar a los niños y jóvenes en el uso excesivo de internet.

El módulo fue inaugurado formalmente la noche del 1º de setiembre pero fue abierto un mes atrás con resultados sorprendentes. El alcalde Matías Gutiérrez dijo que el encuentro entre Sierra Sur y la Municipalidad sobre una inversión de 34 mil 675 soles fue una decisión acertada.


Plaza de Lloque.

domingo, 29 de julio de 2007

El fogón y la vida

De una buena cocina depende la alegría del retorno, la felicidad de la partida. En ella se aderezan los mejores recuerdos familiares, pero también ahí mismo hierven los chismes y se condimentan los rumores. Su utilidad va más allá de la preparación de un caldo de gallina o una trucha frita. En la cocina, a fuego lento, se fortalece la unidad familiar y se construye el futuro de los hijos. Estas fotos tomadas en los hogares de cabanas y collaguas nos muestran los fogones, verdaderos altares supremos de la vida. Hoy las campesinas han puesto todo el empeño para mejorarlos con el apoyo del Proyecto Sierra Sur que estimula con concursos intercomunales el uso sustentable de los recursos naturales y la recuperación de los activos culturales del Valle del Colca. Las imágenes captadas en Chalhuanca, Canocota y Coporaque lo demuestran. Con las cocinas mejoradas, desde el año pasado optimizan el uso de la leña, reducen la contaminación y mejoran la calidad de su vida cotidiana. Y con ello elevan, como las llamas, su autoestima.

lunes, 23 de julio de 2007

Testimonio

Sonia de la Cuba Tejada, arequipeña y comunicadora graduada en la UNSA, tradujo al quechua El Principito de Antoine de Saint-Exupéry. El libro publicado por “El Lector” en el 2006 es una valiosa contribución que acerca al mundo andino la literatura universal. Con la colaboración del profesor Octavio Díaz, Sonia cristalizó así lo que desde el periodismo siempre buscó, un mundo mejor para los niños. El compromiso vital se plasmó en Aldeas Infantiles SOS, en donde trabajó hasta hace poco. La solidaridad de amigos y ex compañeros de estudio se ha manifestado con generosidad. Ella se encuentra en Lima, enfrentando una dura batalla, la más importante de su vida. He aquí su generoso y valiente testimonio...


A MIS AMIGOS LES ADEUDO
No quiero caer en conceptos prefabricados pero es pertinente decirles amigos que desde el flanco de guerra, la vida adquiere un matiz indescriptible. Aquí no hay memorias y los recuerdos son espejismos que se diseminan con el dolor. Cada pasillo, cada habitación, es una trinchera donde la muerte se agazapa impertinente, empoderada en cada rincón de desaliento, triunfante recorre el espacio llevándose cuerpos que perdieron la fe. Aquí donde me encuentro, cohabitan los abandonados, pero también los que luchan, los guerrilleros que se enfrentan a lo desconocido. Todos marchan sutilmente, pero con pies de plomo.
En este bastión de llanto, lucha y desolación, he hallado el sentido de todo. Hoy comprendo que nada existe sin razón y entiendo que la “razón” del mundo no comprenda este acertijo. Todo es simple y se resume en aquel soldado que ayer se fue combatiendo la muerte y pese a que su cuerpo desapareció, él perdura y prevalece lleno de poder en cada uno de los sobrevivientes. Yo cogí un poco de él y ahora él permanece a través mío.
Amigos, sólo puedo decirles que un hospital de cáncer no es uno de aquellos tantos donde fluyen historias de diagnóstico, tratamientos y salas de emergencia. Esta es la frontera entre la vida y la muerte. Tengo la convicción que traspasar este recinto me ha convertido en un verdadero ser humano. La afrenta a esta enfermedad de la nada nos devuelve a la semilla, en suma, nos retorna a todo lo que perdimos. Somos una estirpe de soldados que se construyen y se reinventan genuinamente; nadie parece tener sexo, edad, raza, condición social.
Esta es la vía que nos separa de aquellas estúpidas diferencias que han convertido al mundo en un lugar inconveniente, donde nadie termina por adaptarse pero nos vamos alienando a esta ficción del sistema, por eso entendí que en esta frontera uno recobra la lucidez más implacable.
En fin, yo no pretendo cambiar el mundo, el mundo cambia en cada respiro; solamente pretendo herir mortalmente el desaliento y la desesperanza de aquellos que le encuentran el sinsentido a la vida. Ahora comprendo que todo se empoza en cada momento de alegría, en cada sonrisa, en todo aquello que la simpleza convence. Entiendo amigos, hermanos, que el amor es la sustancia que nos alimenta y es la única arma que puede vencer a la muerte.
Para todos aquellos que luchan conmigo y que compartirán mi victoria.


Julio del 2007
SONIA DE LA CUBA

viernes, 20 de julio de 2007

Choco, la joya escondida

Textos y fotos: Abraham Sugimoto
Desde el aire el poblado se parecía a una enorme torta seccionada por un cuchillo gigantesco, pero conforme descendíamos en el helicóptero se iba aclarando ante nuestros ojos la tragedia.

Dos días antes de arribar, la noche del 28 de enero de 1998, Choco -hasta entonces un desconocido y perdido pueblo de los Andes del sur peruano- salió del anonimato, desgraciadamente de la mano de una catástrofe: el aluvión que lo partió casi por la mitad y que sepultara a 32 de sus habitantes.

Entonces reporteaba para el diario Correo de Arequipa. Habíamos llegado en bus hasta Cabanaconde comisionados para cubrir la información en medio de una intensa lluvia y oscura noche. Junto a Freddy Salcedo, el reportero gráfico, logramos a la mañana siguiente que uno de los helicópteros de la Aviación del Ejército -que hacía puente aéreo evacuando a los sobrevivientes-, nos trasladara a la zona, primero a él y luego a mi, en vuelos de diez minutos, siguiendo las sinuosidades del cañón del Colca, río abajo, para luego ingresar a la quebrada en donde se asienta el valle de Choco, “la joya escondida” de la provincia de Castilla.

Poco antes habían llegado otros periodistas y corresponsales de medios extranjeros. Nos llevaríamos del lugar, horas después, testimonios, fotos, entrevistas, clamores de ayuda y atención del Estado. Y también el reporte, el informe periodístico, la nota abridora, el titular previsible. Pero se quedó aquí, en Choco, la tragedia misma, el silencio, la resignación, el olvido.

Nunca imaginé que volvería. En setiembre  de 2006 y a mediados de abril último, cumpliendo tareas para el FONCODES. En estas dos ocasiones no podría ser de otro modo sino a pie y sobre el lomo de una mula a lo largo de cinco horas de travesía por un camino de herradura, que se inicia en el extremo final de una trocha a las justas carrozable en el fondo mismo del cañón, en Pishuac, a dos horas al noroeste del pueblo de Cabanaconde. La ruta de arrieros y acémilas asciende, con precario puente colgante de por medio, por la escarpada pared derecha del inmenso desfiladero.

En este reciente viaje retornó la desgracia. Tres días antes vientos huracanados destruyeron el techo y piezas diversas de arte religioso del templo San Juan Crisóstomo, provocando dolor en los corazones de los sobrevivientes del aluvión de 1998.

Y es que la misa de las siete de la noche de aquel 28 de enero reunió en esta iglesia a casi todos los habitantes de Choco, salvando sus vidas. Minutos después de iniciada la ceremonia litúrgica, sobrevino el aluvión a causa de las lluvias, el desprendimiento del cerro Llamanihua y el desborde del río Challa.

Don Antonio Rosas, Vicente Pizarro, Jorge Vilcape, Alfredo Sarayasi, Juan Lupaca, Moisés Aragón, Francisco Chura y otros campesinos lideran el comité pro restauración de la iglesia. Procuran hoy el financiamiento de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) y el apoyo del Instituto Nacional de Cultura.

El templo de barro y piedra fue edificado a mediados del siglo XVIII y a este pertenecen un hermoso altar de plata, esculturas, libros corales, misales, mantos bordados, lienzos y otros tesoros que los campesinos guardan celosamente, relevándose secretamente de cuando en cuando la custodia para librarlos de los sacrílegos.

miércoles, 18 de julio de 2007

Los rostros de Cotahuasi

Textos y fotos: Abraham Sugimoto











La naturaleza y la vida tienen sus absurdos. Cotahuasi y sus extremos lo demuestran: riqueza turística por un lado, y desnutrición, alcoholismo y pobreza por el otro. Belleza y lejanía en una tierra que se abre a lo largo del cañón más profundo de la tierra. Al este, se estrecha con montañas cubiertas de vegetación y de cimas prístinas de nieve, desde donde nacen numerosas cascadas precipitando sus aguas hasta el fondo del valle. Al oeste, descomunales cordilleras áridas cubiertas de cactus que abren el paso a las aguas del río en su ruta al Pacífico.

Después de la catarata de Sipia y las paredes de roca que se levantan a ambos lados, el río Cotahuasi alimenta los valles pequeños y calurosos de Tocje, Velinga, Cuscupay y Chaucalla, en los distritos de Quechualla y Charcana, donde los vinos acompañan cada fiesta y es bebida predilecta. En la zona media están los pueblos de Cotahuasi, Taurisma, Tomepampa y Alca. Y entre el lecho del río y las cumbres de las montañas, hay laderas y mesetas en donde están asentados Mungui, Pampamarca, Huaynacotas, Cahuana, Ayahuasi y muchas otras comunidades.

Puyca domina la parte alta del cañón y es el distrito donde se digiere cada día con resignación y dolor las carencias más extremas. Y he aquí la paradoja, son aquellos sus niños desnutridos y jóvenes campesinos y campesinas de las comunidades de Pettce, Huillac, Huacpata, Chincayllapa, Suni o Maghuanca los que nos regalan la energía vital, aquella que proviene de la tierra, del trabajo y de la esperanza; hombres y mujeres, niños y adultos que abren sus corazones sin condición alguna, tan sólo con la transparencia de una mirada o la frescura de una sonrisa.