lunes, 1 de octubre de 2007

A propósito de nosotros

El periodismo es una forma de construir la historia y la vida. Es un oficio, pero sobre todo una profesión y, claro, una pasión. El saber desempeñarlo demanda estructuras éticas sólidas que definen su filosofía y su práctica. Por ello en el periodismo encontraremos dos tipos de seres, los periodistas, es decir, los verdaderos periodistas, y los advenedizos.
Hay múltiples formas de hacer periodismo pero una sola posee las cualidades más elevadas: aquella que combina la ética con el interés público. Gabriel García Márquez decía que lamentablemente hoy muchas salas de redacción son capaces de comunicarse con los fenómenos siderales pero jamás con el corazón de los lectores.
La manera de llegar mejor a estos corazones es con aquel periodismo que se encarna en la vida misma de     la comunidad, en las frustraciones y los sueños de su gente, en sus tradiciones y en su futuro. Y para ello es fundamental asumir las exigencias de un periodismo moderno: el ejercicio de la libertad y  el ejercicio de la responsabilidad, el principio de la exactitud y la imparcialidad, y sobre todo, la independencia: poner de lado las opiniones y los intereses propios y colocar además por encima de cualquier poder, oculto o no, el interés colectivo.
Como dice Javier Darío Restrepo, es sin duda una gran responsabilidad y esto comprende dos dimensiones: una relación con el presente (responder ahora) y una relación con el futuro (responder mañana).
La función esencial del periodismo es informar, de lo cual se deduce que también orienta, pero esa orientación puede ser buena o mala. Entonces no basta decir la verdad, tenemos que ser responsables por los hechos que se deriven de la información que propalamos.
Es ineludible en este contexto que los valores éticos son transversales al periodismo. Y este tiene, como todos nosotros, tres caminos para llegar a ellos. En primer lugar la obediencia a la propia naturaleza, en el sentido de Aristóteles: lo ético es el resultado de la razón; y en el sentido de Rousseau: como efecto de lo social, (“el hombre nace bueno, la sociedad lo corrompe”). En segundo lugar los usos y costumbres, aquella tradición que genera sabiduría, y por tanto, el saber distinguir lo bueno de lo malo, y lo malo de lo bueno, en la perspectiva de Hegel y también de Nietszche. Y por último, aquel camino ético que se establece a partir de la relación con el otro, como postula Fernando Savater en Ética para Amador.
¿Y por qué todo esto?
Porque la verdad es el instrumento del periodista. Así como el juez es a la justicia y el médico es a la salud, el periodista es a la verdad. Porque tenemos que poner fin a las presiones sobre el periodista: el poder, el dinero, el miedo, y el ego. Porque el periodista debe tener un perfil definido: ser el profesional de la verdad, ser independiente, ser responsable y servidor del bien común. Porque tenemos que construir una cultura de paz: viajar de la intolerancia a la tolerancia, y caminar de la exclusión a la inclusión y al pluralismo. Porque debemos guardar ciertas prioridades: el lector, el país y después el medio de comunicación. Porque nuestras verdades son efímeras y la gente nos cree y busca para creernos. El efecto de este compromiso con la verdad es la credibilidad.
Y porque tenemos que construir permanentemente la utopía humana: la libertad y la belleza.