domingo, 29 de julio de 2007

El fogón y la vida

De una buena cocina depende la alegría del retorno, la felicidad de la partida. En ella se aderezan los mejores recuerdos familiares, pero también ahí mismo hierven los chismes y se condimentan los rumores. Su utilidad va más allá de la preparación de un caldo de gallina o una trucha frita. En la cocina, a fuego lento, se fortalece la unidad familiar y se construye el futuro de los hijos. Estas fotos tomadas en los hogares de cabanas y collaguas nos muestran los fogones, verdaderos altares supremos de la vida. Hoy las campesinas han puesto todo el empeño para mejorarlos con el apoyo del Proyecto Sierra Sur que estimula con concursos intercomunales el uso sustentable de los recursos naturales y la recuperación de los activos culturales del Valle del Colca. Las imágenes captadas en Chalhuanca, Canocota y Coporaque lo demuestran. Con las cocinas mejoradas, desde el año pasado optimizan el uso de la leña, reducen la contaminación y mejoran la calidad de su vida cotidiana. Y con ello elevan, como las llamas, su autoestima.

lunes, 23 de julio de 2007

Testimonio

Sonia de la Cuba Tejada, arequipeña y comunicadora graduada en la UNSA, tradujo al quechua El Principito de Antoine de Saint-Exupéry. El libro publicado por “El Lector” en el 2006 es una valiosa contribución que acerca al mundo andino la literatura universal. Con la colaboración del profesor Octavio Díaz, Sonia cristalizó así lo que desde el periodismo siempre buscó, un mundo mejor para los niños. El compromiso vital se plasmó en Aldeas Infantiles SOS, en donde trabajó hasta hace poco. La solidaridad de amigos y ex compañeros de estudio se ha manifestado con generosidad. Ella se encuentra en Lima, enfrentando una dura batalla, la más importante de su vida. He aquí su generoso y valiente testimonio...


A MIS AMIGOS LES ADEUDO
No quiero caer en conceptos prefabricados pero es pertinente decirles amigos que desde el flanco de guerra, la vida adquiere un matiz indescriptible. Aquí no hay memorias y los recuerdos son espejismos que se diseminan con el dolor. Cada pasillo, cada habitación, es una trinchera donde la muerte se agazapa impertinente, empoderada en cada rincón de desaliento, triunfante recorre el espacio llevándose cuerpos que perdieron la fe. Aquí donde me encuentro, cohabitan los abandonados, pero también los que luchan, los guerrilleros que se enfrentan a lo desconocido. Todos marchan sutilmente, pero con pies de plomo.
En este bastión de llanto, lucha y desolación, he hallado el sentido de todo. Hoy comprendo que nada existe sin razón y entiendo que la “razón” del mundo no comprenda este acertijo. Todo es simple y se resume en aquel soldado que ayer se fue combatiendo la muerte y pese a que su cuerpo desapareció, él perdura y prevalece lleno de poder en cada uno de los sobrevivientes. Yo cogí un poco de él y ahora él permanece a través mío.
Amigos, sólo puedo decirles que un hospital de cáncer no es uno de aquellos tantos donde fluyen historias de diagnóstico, tratamientos y salas de emergencia. Esta es la frontera entre la vida y la muerte. Tengo la convicción que traspasar este recinto me ha convertido en un verdadero ser humano. La afrenta a esta enfermedad de la nada nos devuelve a la semilla, en suma, nos retorna a todo lo que perdimos. Somos una estirpe de soldados que se construyen y se reinventan genuinamente; nadie parece tener sexo, edad, raza, condición social.
Esta es la vía que nos separa de aquellas estúpidas diferencias que han convertido al mundo en un lugar inconveniente, donde nadie termina por adaptarse pero nos vamos alienando a esta ficción del sistema, por eso entendí que en esta frontera uno recobra la lucidez más implacable.
En fin, yo no pretendo cambiar el mundo, el mundo cambia en cada respiro; solamente pretendo herir mortalmente el desaliento y la desesperanza de aquellos que le encuentran el sinsentido a la vida. Ahora comprendo que todo se empoza en cada momento de alegría, en cada sonrisa, en todo aquello que la simpleza convence. Entiendo amigos, hermanos, que el amor es la sustancia que nos alimenta y es la única arma que puede vencer a la muerte.
Para todos aquellos que luchan conmigo y que compartirán mi victoria.


Julio del 2007
SONIA DE LA CUBA

viernes, 20 de julio de 2007

Choco, la joya escondida

Textos y fotos: Abraham Sugimoto
Desde el aire el poblado se parecía a una enorme torta seccionada por un cuchillo gigantesco, pero conforme descendíamos en el helicóptero se iba aclarando ante nuestros ojos la tragedia.

Dos días antes de arribar, la noche del 28 de enero de 1998, Choco -hasta entonces un desconocido y perdido pueblo de los Andes del sur peruano- salió del anonimato, desgraciadamente de la mano de una catástrofe: el aluvión que lo partió casi por la mitad y que sepultara a 32 de sus habitantes.

Entonces reporteaba para el diario Correo de Arequipa. Habíamos llegado en bus hasta Cabanaconde comisionados para cubrir la información en medio de una intensa lluvia y oscura noche. Junto a Freddy Salcedo, el reportero gráfico, logramos a la mañana siguiente que uno de los helicópteros de la Aviación del Ejército -que hacía puente aéreo evacuando a los sobrevivientes-, nos trasladara a la zona, primero a él y luego a mi, en vuelos de diez minutos, siguiendo las sinuosidades del cañón del Colca, río abajo, para luego ingresar a la quebrada en donde se asienta el valle de Choco, “la joya escondida” de la provincia de Castilla.

Poco antes habían llegado otros periodistas y corresponsales de medios extranjeros. Nos llevaríamos del lugar, horas después, testimonios, fotos, entrevistas, clamores de ayuda y atención del Estado. Y también el reporte, el informe periodístico, la nota abridora, el titular previsible. Pero se quedó aquí, en Choco, la tragedia misma, el silencio, la resignación, el olvido.

Nunca imaginé que volvería. En setiembre  de 2006 y a mediados de abril último, cumpliendo tareas para el FONCODES. En estas dos ocasiones no podría ser de otro modo sino a pie y sobre el lomo de una mula a lo largo de cinco horas de travesía por un camino de herradura, que se inicia en el extremo final de una trocha a las justas carrozable en el fondo mismo del cañón, en Pishuac, a dos horas al noroeste del pueblo de Cabanaconde. La ruta de arrieros y acémilas asciende, con precario puente colgante de por medio, por la escarpada pared derecha del inmenso desfiladero.

En este reciente viaje retornó la desgracia. Tres días antes vientos huracanados destruyeron el techo y piezas diversas de arte religioso del templo San Juan Crisóstomo, provocando dolor en los corazones de los sobrevivientes del aluvión de 1998.

Y es que la misa de las siete de la noche de aquel 28 de enero reunió en esta iglesia a casi todos los habitantes de Choco, salvando sus vidas. Minutos después de iniciada la ceremonia litúrgica, sobrevino el aluvión a causa de las lluvias, el desprendimiento del cerro Llamanihua y el desborde del río Challa.

Don Antonio Rosas, Vicente Pizarro, Jorge Vilcape, Alfredo Sarayasi, Juan Lupaca, Moisés Aragón, Francisco Chura y otros campesinos lideran el comité pro restauración de la iglesia. Procuran hoy el financiamiento de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) y el apoyo del Instituto Nacional de Cultura.

El templo de barro y piedra fue edificado a mediados del siglo XVIII y a este pertenecen un hermoso altar de plata, esculturas, libros corales, misales, mantos bordados, lienzos y otros tesoros que los campesinos guardan celosamente, relevándose secretamente de cuando en cuando la custodia para librarlos de los sacrílegos.

miércoles, 18 de julio de 2007

Los rostros de Cotahuasi

Textos y fotos: Abraham Sugimoto











La naturaleza y la vida tienen sus absurdos. Cotahuasi y sus extremos lo demuestran: riqueza turística por un lado, y desnutrición, alcoholismo y pobreza por el otro. Belleza y lejanía en una tierra que se abre a lo largo del cañón más profundo de la tierra. Al este, se estrecha con montañas cubiertas de vegetación y de cimas prístinas de nieve, desde donde nacen numerosas cascadas precipitando sus aguas hasta el fondo del valle. Al oeste, descomunales cordilleras áridas cubiertas de cactus que abren el paso a las aguas del río en su ruta al Pacífico.

Después de la catarata de Sipia y las paredes de roca que se levantan a ambos lados, el río Cotahuasi alimenta los valles pequeños y calurosos de Tocje, Velinga, Cuscupay y Chaucalla, en los distritos de Quechualla y Charcana, donde los vinos acompañan cada fiesta y es bebida predilecta. En la zona media están los pueblos de Cotahuasi, Taurisma, Tomepampa y Alca. Y entre el lecho del río y las cumbres de las montañas, hay laderas y mesetas en donde están asentados Mungui, Pampamarca, Huaynacotas, Cahuana, Ayahuasi y muchas otras comunidades.

Puyca domina la parte alta del cañón y es el distrito donde se digiere cada día con resignación y dolor las carencias más extremas. Y he aquí la paradoja, son aquellos sus niños desnutridos y jóvenes campesinos y campesinas de las comunidades de Pettce, Huillac, Huacpata, Chincayllapa, Suni o Maghuanca los que nos regalan la energía vital, aquella que proviene de la tierra, del trabajo y de la esperanza; hombres y mujeres, niños y adultos que abren sus corazones sin condición alguna, tan sólo con la transparencia de una mirada o la frescura de una sonrisa.