Textos y fotos: Abraham Sugimoto
Desde el aire el poblado se parecía a una enorme torta seccionada por un cuchillo gigantesco, pero conforme descendíamos en el helicóptero se iba aclarando ante nuestros ojos la tragedia.
Dos días antes de arribar, la noche del 28 de enero de 1998, Choco -hasta entonces un desconocido y perdido pueblo de los Andes del sur peruano- salió del anonimato, desgraciadamente de la mano de una catástrofe: el aluvión que lo partió casi por la mitad y que sepultara a 32 de sus habitantes.
Entonces reporteaba para el diario Correo de Arequipa. Habíamos llegado en bus hasta Cabanaconde comisionados para cubrir la información en medio de una intensa lluvia y oscura noche. Junto a Freddy Salcedo, el reportero gráfico, logramos a la mañana siguiente que uno de los helicópteros de la Aviación del Ejército -que hacía puente aéreo evacuando a los sobrevivientes-, nos trasladara a la zona, primero a él y luego a mi, en vuelos de diez minutos, siguiendo las sinuosidades del cañón del Colca, río abajo, para luego ingresar a la quebrada en donde se asienta el valle de Choco, “la joya escondida” de la provincia de Castilla.
Poco antes habían llegado otros periodistas y corresponsales de medios extranjeros. Nos llevaríamos del lugar, horas después, testimonios, fotos, entrevistas, clamores de ayuda y atención del Estado. Y también el reporte, el informe periodístico, la nota abridora, el titular previsible. Pero se quedó aquí, e
n Choco, la tragedia misma, el silencio, la resignación, el olvido.
Nunca imaginé que volvería. En setiembre de 2006 y a mediados de abril último, cumpliendo tareas para el FONCODES. En estas dos ocasiones no podría ser de otro modo sino a pie y sobre el lomo de una mula a lo largo de cinco horas de travesía por un camino de herradura, que se inicia en el extremo final de una trocha a las justas carrozable en el fondo mismo del cañón, en Pishuac, a dos horas al noroeste del pueblo de Cabanaconde. La ruta de arrieros y acémilas asciende, con precario puente colgante de por medio, por la escarpada pared derecha del inmenso desfiladero.
En este reciente viaje retornó la desgracia. Tres días antes vientos huracanados destruyeron el techo y piezas diversas de arte religioso del templo San Juan Crisóstomo, provocando dolor en los corazones de los sobrevivientes del aluvión de 1998.
Y es que la misa de las siete de la noche de aquel 28 de enero reunió en esta iglesia a casi todos los habitantes de Choco, salvando sus vidas. Minutos después de iniciada la ceremonia litúrgica, sobrevino el aluvión a causa de las lluvias, el desprendimiento del cerro Llamanihua y el desborde del río Challa.
Don Antonio Rosas, Vicente Pizarro, Jorge Vilcape, Alfredo Sarayasi, Juan Lupaca, Moisés Aragón, Francisco Chura y otros campesinos lideran el comité pro restauración de la iglesia. Procuran hoy el financiamiento de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) y el apoyo del Instituto Nacional de Cultura.
El templo de barro y piedra fue edificado a mediados del siglo XVIII y a este pertenecen un hermoso altar de plata, esculturas, libros corales, misales, mantos bordados, lienzos y otros tesoros que los campesinos guardan celosamente, relevándose secretamente de cuando en cuando la custodia para librarlos de los
sacrílegos.