La historia cambia si hay fiesta. La gente se reúne en la plaza, la banda de ccaperos pone el ritmo y el vino el entusiasmo general. Éste se elabora en los calurosos vallecitos de la zona baja del cañón alimentados por los riachuelos que descienden hacia el río Cotahuasi. Y es la vida la que aflora también de las cuerdas del arpista del pueblo, de la boca soez de un labrador pasado de copas o de la sonrisa desdentada y silenciosa de una anciana arrimada a la pared del local municipal.
Camino a Charcana está Andamarca, otro hermoso ejemplo de la arquitectura mestiza, y Pallaca, desde cuya capilla puede apreciarse hacia abajo la profundidad del cañón de Cotahuasi, y al frente, la afilada y nevada cumbre del Solimana, que junto al Firura y el Coropuna, son los apus protectores de una vasta región al noreste de Arequipa.
Aquí como en muchos pueblos andinos, la desnutrición crónica tiene como sus principales víctimas a los niños y aún cuando la silenciosa labor de los profesionales de la salud se extiende a los caseríos periódicamente, y los programas alimentarios y otros servicios sociales no están ausentes, el carácter estructural de la pobreza rural cobra su precio cada mañana y cada noche, frente a la mesa del hogar campesino y ante el rostro del niño que a pesar de todo, aprendió a llorar pero también a sonreir.