lunes, 31 de marzo de 2008

La ruta de Charcana

Hasta hace poco llegar a Charcana requería un enorme esfuerzo. La caminata -luego de 30 minutos de viaje por una trocha carrozable desde Cotahuasi- empezaba en Sipia y el ascenso reclamaba al menos un día a pie. Pero la carretera construida con el aporte de campesinos, estudiantes, profesores, migrantes y residentes en el exterior, gobierno local y Foncodes, hizo posible que los viejos campesinos de esta comunidad en los confines de la Región Arequipa pudieran ver por primera vez en su vida un vehículo motorizado en la plaza del pueblo apenas hace año y medio.
En la zona alta de la margen derecha del cañón de Cotahuasi, cercana a tierras ayacuchanas, el poblado, con viviendas de piedra y adobe y techos de paja a dos aguas, muestra la riqueza arquitectónica del mestizaje. Sus estrechas calles empedradas están desiertas sino es de madrugada cuando los campesinos salen a trabajar o de tarde, cuando retornan al hogar para reencontrarse con los hijos.

La historia cambia si hay fiesta. La gente se reúne en la plaza, la banda de ccaperos pone el ritmo y el vino el entusiasmo general. Éste se elabora en los calurosos vallecitos de la zona baja del cañón alimentados por los riachuelos que descienden hacia el río Cotahuasi. Y es la vida la que aflora también de las cuerdas del arpista del pueblo, de la boca soez de un labrador pasado de copas o de la sonrisa desdentada y silenciosa de una anciana arrimada a la pared del local municipal.
Camino a Charcana está Andamarca, otro hermoso ejemplo de la arquitectura mestiza, y Pallaca, desde cuya capilla puede apreciarse hacia abajo la profundidad del cañón de Cotahuasi, y al frente, la afilada y nevada cumbre del Solimana, que junto al Firura y el Coropuna, son los apus protectores de una vasta región al noreste de Arequipa.
Aquí como en muchos pueblos andinos, la desnutrición crónica tiene como sus principales víctimas a los niños y aún cuando la silenciosa labor de los profesionales de la salud se extiende a los caseríos periódicamente, y los programas alimentarios y otros servicios sociales no están ausentes, el carácter estructural de la pobreza rural cobra su precio cada mañana y cada noche, frente a la mesa del hogar campesino y ante el rostro del niño que a pesar de todo, aprendió a llorar pero también a sonreir.